La Realidad.

Nos queda poco tiempo. La realidad se dirige hacia nosotros a una velocidad de vértigo mientras nos empeñamos en contemplar las pequeñeces de nuestro tiempo sin enfrentarnos a los grandes retos. Nos queda poco tiempo. Pero tal vez incluso todavía estemos a tiempo.



viernes, 14 de mayo de 2010

La Universitat de València homenajea a los supervivientes de Mauthausen PARA QUE A LA MEMORIA NO SE LA COMAN LOS GUSANOS



La pregunta del millón: ¿es posible una escritura del horror? ¿Qué viene después de los campos de exterminio (en Alemania, en la URSS, en otros, tantos, lugares de la tierra)? Las víctimas callan porque la condición de la derrota es el silencio. Los vencedores, los verdugos estallan en un griterío ensordecedor que canta las bondades de la victoria sobre el enemigo. El paisaje del exterminio es el vacío. No hay nada donde antes la muerte: ni siquiera las huellas de la muerte. Un viejo condenado en un campo alemán, superviviente, camina delante de una cámara cinematográfica. Ha vuelto de visita al lugar de donde ni siquiera él sabe cómo pudo salir vivo. De pronto se detiene. Mira al suelo. En el suelo no hay nada. La cámara, extrañada, titubeante, sigue a la mirada del condenado. Ahí no hay nada, piensa o dice el hombre que maneja la cámara. Pero el otro hombre, el de más años encima, sigue con los ojos clavados en el suelo. “Aquí había un horno”. Y sigue caminando. El testigo puede recordar todo, casi todo, apenas nada. Pero reconoce como nadie, únicamente él, los sitios del horror que han sido pasto del photoshop con que la historia se convierte en otra, más llevadera, menos traumática para los tiempos del consenso planetario. Más falsa. Cuando alguien regresa del horror sabe que nunca se lo va a quitar de la cabeza. Lo dice Paco Aura en el espléndido documental de Pau Vergara Más allá de la alambrada: “nos transformaron de tal manera que continuamos pensando en lo que allí ocurrió”. La supervivencia se alimenta del recuerdo, de un recuerdo que a veces resulta inaguantable. Junto a ese recuerdo encontramos el relato, los mil relatos que van construyendo su memoria, el tiempo de los campos de exterminio, “ese lugar donde la maldad del hombre triunfaba sobre el dolor humano”, como escribe Boris Pahor, deportado a Dachau, en Necrópolis, su libro testimonial que acaba de aparecer hace unos días. La otra tarde un pedazo de esa memoria se dio cita en la Universitat de València. Dos días de homenaje a Luis Estañ y Paco Aura: dos supervivientes valencianos de Mauthausen. Sesenta y cinco años después de la liberación. En el mismo documental, Estañ dice que “la liberación fue algo que no se puede hacer en cine ni se puede hacer en nada”. Tal vez sólo en su relato, en su memoria de testigo que vivió ya no se sabe cuántas guerras y no ganó ninguna. Bueno: la de la vida en Mauthausen y después en Güsen: que ya es una victoria. Y grande.
El documental Mauthausen-Güsen: la memoria, de Rosa Brines, escarba en la memoria, casi mejor decir en los recuerdos, de algunos de los deportados que sobrevivieron. Y en la mirada adolescente de unas alumnas valencianas que acudieron al último homenaje en el lugar de los acontecimientos. Antes y ahora. Ése es el puente imprescindible para que nada se pierda de todo aquello. Contaba el profesor Reyes Mate el segundo día que el papel de los jóvenes en la hora del recuerdo es el de hacer justicia. Y a esos jóvenes se lo decía Primo Levi antes de que acabara con su vida el galimatías devastador de una memoria insoportable. Porque la memoria ha de ser -también decía el sabio profesor del CSIC- conocimiento, ha de hacer visibles a las víctimas, ha de ser justicia para que el horror no se convierta en algo repetible, vilmente repetible. Tenemos la obligación de recordar, apuntaba Esteban Morcillo, recién estrenado rector de la Universitat, citando de nuevo a Primo Levi. Y a Max Aub: “uno no sabe dónde ha de morir”. Los supervivientes Paco Aura y Luis Estañ pensaban, como todos los demás que regresaron o no de los campos, que su destino era la muerte. Pero no fue así. Y aquí están. Y sus descendientes, Carmen Aura, Marisa Estañ y Gabriel Estañ, recibieron el homenaje a sus padres, a su abuelo. Un día antes la historiadora Rosa Toran, presidenta de la Amical de Mauthausen, entidad que colaboraba en la organización del homenaje por medio de su representante valenciano Adrián Blas Minguez, ponía en el punto justo la necesidad de recordar para que al horror no se lo coman los gusanos.
Los nombres de Paco Aura y Luis Estañ se convirtieron en dos números: 4208 y 4375. Tenían poco más de veinte años y dos o tres guerras a sus espaldas. Regresaron del horror. Y lo han contado desde entonces hasta que los huesos se resisten a una articulación tan desgastada. La memoria no puede ser emoción, lloro a moco tendido. La memoria o es memoria política, ideológica, hecha justicia, como decía Reyes Mate (y yo suscribo eso a ciegas) o no es nada. Escribir el horror es posible. Necesario. Aunque sólo sea para reconocer las huellas en los sitios de las víctimas donde sólo ha quedado levantado el silencio.
ALFONS CERVERA

Gracias Alfons.

2 comentarios:

sophie dijo...

Hola! Gracias por el artículo. Estoy buscando cómo comunicarme con los supervivientes valencianos de Mauthausen. Mi abuelo ( José María Herrero Sanz, nativo de Alfara del Patriarca) era uno de ellos y quisiera conversar con una persona que le conoció en el campo.Me podría usted facilitar una dirección o un teléfono? Mucha gracias por contestarme

Gabriel Estañ dijo...

Buenas Sophie, yo únicamente podría ponerte en contacto con uno de ellos, pero es una persona muy mayor. Escribeme a mi correo y te digo más: gabrielestan@gmail.com