Vayan por delante mi admiración hacia la figura del poeta y su obra y mi respeto hacia su familia. Como ustedes ya sabrán se celebra el año próximo el Centenario del nacimiento del poeta oriolano Miguel Hernández y a la luz de los acontecimientos corremos el riesgo de que como sucediese con el Quijote y en palabras de un conocido actor español nos dispongamos a celebrarlo por todo lo alto con homenajes, folletos, postales, carteles, vinos de honor, fiestas, cenas, mariscadas... Haciendo de todo: menos leerlo.
Y es que siguiendo la prensa a veces se tiene la sensación de que algunos quisieran celebrar el Año Hernandiano sin Miguel Hernández, que parece poco menos que una anotación al margen de los sucesos referidos a la conmemoración de su nacimiento.
Hoy la figura del insigne poeta, más aclamado fuera de nuestras fronteras que dentro de ellas, no sólo es querida por amantes del arte y la cultura, sino también por políticos y empresarios que esperan lograr gracias a un hombre irrepetible unos cuantiosos beneficios.
Tal vez Miguel Hernández Gilabert, autor de poemas como “el niño yuntero”, “Vientos del pueblo” o “las nanas de la cebolla”, cantado por Joan Manuel Serrat o Víctor Jara, que tuvo que empuñar las armas en la defensa de la Libertad y que murió enfermo tras recorrer las oscuras cárceles franquistas, se sentiría más agradecido si el próximo año se le entregase un libro con sus poemas a cada escolar que por la presencia de un stand publicitario en FITUR.
Y tal vez también él secundase los versos de otro poeta, Gabriel Celaya cuando dice:
“Maldigo la poesía
de quienes toman partido,
partido hasta forrarse”.